viernes, 30 de noviembre de 2007

Ante El Pensador


Era un poco antes del verano del 2002. Estaba en el Museo Metropolitano de Arte en la increíble ciudad de Nueva York y fuera hacía bastante frío. Entr eobras y obras me topé con El Pensador, la escultura famosa del escultor francés Auguste Rodin (1840- 1917). Era difícil sorprenderme en ese momento: venía de ver obras de Picasso, Monet, Van Gogh, Max Ernst, etc., pero, por alguna razón, El Pensador me impactó y me quedé un tiempo ante su presencia.

Hoy es un viernes caluroso de noviembre. Estoy en Puerto Rico y estamos en las postrimerías del 2007. Un día muy diferente a aquel en que ví la pieza de Rodin. Sin embargo, la vida se encargó de llevarme a cubrir el Museo de Arte de Ponce en Plaza Las Américas. Llegué, entrevisté, saqué las fotos y, después de terminar, me dejaron ver la exposición de Rodin de manera muy particular: solo y de gratis.

De más está decir que detrás de una columna me esperaba la figura de El Pensador. Si bien es cierto que hay varias versiones hechas por Rodin de esta obra, la realidad es que importa poco. No pude evitar la tentación y lo toqué (tengo una peligrosa tendencia a hacer ese tipo de cosa). me sentí enano. Cinco años pasaron desde que lo vi por primera vez. Cinco largos años de vida, estudios, viajes, lecturas, relaciones, muertes, amistades, días y noches, otras obras de arte, etc. Sin embargo, ante la perpetuidad infinita de esta pieza, me sentí insignificante. No sentí mi vida ni la muerte de Rodin. Lo único que sentía era la fuerza imperecedera del arte, la magnitud de la genialidad, la perpetuación del pensamiento.

Creo que Rodin es El Pensador, y el Pensador soy yo, y yo soy parte del universo, y el universo es parte de un todo, y todos somos todo. Todos somos un pedazo del arte y el arte pedazos de nosotros. Hoy viaje de la usual inexplicable tentación de la existencia a la imperceptible realidad de los fragmentos del infinito... de ida y vuelta.

viernes, 23 de noviembre de 2007

San Pavo

Resulta que ayer, jueves 22 de noviembre, celebramos el famoso Día de Acción de Gracias. Obviamente, ante la celebración del genocidio, tenía que manifestarme. En resumen, lo que realmente quería decir, tanto en la columna que me publicó El Nuevo Día como en las dos páginas que publiqué en Universia, es lop siguiente: ojalá que los indios americoanos hubiesen sabido en aquel entonces lo que sabemos ahora, les tirarn piedras al barco y mandaran a los putos colonos asesinos de vuelta al carajo sin dejarlos pisar tierra firme.

22-Noviembre-2007
GABINO IGLESIAS
PERIODISTA Y ESCRITOR

Genocidio, amnesia y pavo: el día de Thanksgiving.

Thanksgiving, literalmente “dar gracias”, mejor conocido como el Día de Acción de Gracias, es prueba irrefutable de que las costumbres, por ridículas que sean, jamás se cuestionan.
Este maravilloso día del año suele comenzar con la risible seudo ceremonia de “perdonar” un pavo en la Casa Blanca antes de entrar a llenarse la barriga con muchos otros. En Puerto Rico lo celebramos con decoraciones, originales pavos y pastel de calabaza y lo puertorriqueñizamos a base de arroz con gandules. ¿Y qué festejamos? Pues el capitalismo, el genocidio, la amnesia histórica y el hecho de que los indios que, de acuerdo a todas las representaciones kitsch del mercado, se comieron aquel infame primer pavo con los colonos, son el grupo étnico más pobre dentro del país más rico del mundo.
Jamás imaginaríamos posible la celebración de un Día de Celebración del Holocausto en Alemania, pero podemos comer hasta reventar en celebración del genocidio de los indios. Cerramos los ojos y le damos gracias a Dios por el pavo, los centros comerciales, la Beca Pell, los días feriados, la salud y las reservaciones indígenas antes de colaborar con el segundo genocidio que celebramos ese día: el del pavo. En algunos casos, antes de practicar la gula, pedimos a Dios por los casi novecientos millones de personas del mundo que pasan hambre. Después del amén llega el pavo, el relleno, el arroz con gandules, la ensalada de papas, el pastel de calabaza y todos los demás componentes de un menú que, por aquello de hay gente que pasa hambre, repetiremos durante tres o cuatro días a causa de exceso de alimento que pusimos sobre la mesa.
Sólo espero que entre bocados de pavo y la siesta “post-jartera” tengamos unos minutos para cuestionar qué celebramos. No me malinterpreten, sólo quería desearles buen provecho.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Algunos miércoles son lunes

La ventana de la oficina está sucia, pero aún así puedo ver que llueve. El agua le pega a la brea como si ésta le debiera dinero. La música parece estar lejos. Heché de menos a mi amigo deambulante y sigo sin cobrar. El reloj tiene poca prisa y los minutos pasan parsimoniosamente, dilatados en su procesión infinita hacia la nada. El olvido espera en el carro, que a su vez espera en el estacionamiento, mientras a mí me espera el tapón y el silencio hasta casa. Presiento la coagulación de una anhedonia incipiente con instintos asesinos. Escribo para estrangular un ratito, aunque sólo sean un par de segundos. Al final, supongo que de toda esta nada, queda algo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El poder de los libros











Estoy sentado en la oficina y siento un picor extracorpóreo. Tengo mi bulto a mi lado y, aburrido de trabajar, mi mente divaga hacia las páginas de "Los versos satánicos"de Salman Rushdie. Pienso en la sentencia de muerte, fatwa, como le dicen ellos, que el líder religioso de Iran, ayatolá Jomeiní, leyo en 1988 contra Rushdie por publicar este libro.




Hago memoria y recuerdo, sólo en el último mes, viajar de Estados Unidos a Inglaterra y terminar metido en Rusia, protegido por la mafia chechena, intentando evitar que Romanóv llegue al poder en "El Manifiesto Negro" de Frederick Forsyth. Después respiro y se me llenan los pulmones de las memorias de infancia que persigue Yambo para recuperar su memoria en "The mysterious flame of Queen Loana" de Umberto Eco y me enamoro nuevamente de mi propia infancia.
Parpadeo y, agazapado tras mis párpados, me asalta un poema de Juan Gelmán. Me doy cuenta de que su "Cólera Buey" me corre por las venas. Pero la alegría no dura mucho, la muerte de Sam y la alegría siempre al borde del precipicio de Jennifer me dan un golpe de tristeza que agradezo a "Sams letters to Jennifer" de James Patterson.
Me doy por vencido e intento volver al trabajo, basta de divagaciones literarias. Miro la pantalla y regresan las risas y dudas que me planteó Giovanni Sartori en "Homo Videns: la sociedad teledirigida", libro con el que dicté la magistral clase de anoche. Meneo la cabeza. Sonrío pensando que mi amigo Bukowski me espera con "Post Office" sin importar a la hora que llegue.
Repaso noticias: perros muertos, guerra, un niño de diez años se suicidó en su armario, las hormigoneras se devoran la playa y la política lo pudre todo despacito. Necesito una cura contundente, un golpe de algo, que alguien diga algo con cojones. Entonce se me llena la cabeza de libros: Benedetti, Gamodena, Lovecraft, Cervantes, Baudealire, Gallego, Laymon, Patterson, Little, Garder, King, Ketchum, Bonald, Poe, Gelmán, Girondo, Ortega y Gasset, Faulkner, Darwin, Masterton, Eco, Storni, Galván, de Burgos, de Queirós, Zeno Gandía, Martínez, Conan Doyle, Derleth, Bierce, Nietszche, Kafka, Platón, Forsyth, Preston, Bukowski, Parra, Pérez Reverte, Stoker, DeMille, Rushdie, Lorca, Machado, Martini, Sartori, Hahn, Sócrates, Shelley y otros, mucho amigos y amigas que leí y muchos y mcuhas más que faltan por leer. Sólo quiero salir de aquí y abrir un buen libro que me deje sentir su poder, su capacidad de trásnfuga, su alimento intelectual. No hay nada como los libros.

martes, 6 de noviembre de 2007

De viaje

Entre los pocos elementos efímeros que me ayudan de vez en cuando a comprender la inexplicable tentación de la existencia están los viajes. Acabo de regresar de España y estoy tan de vuleta como si nunca me hubiese ido. Sé que suena ridículo, pero cometí el milagro de regresar al lugar donde fui deliz y regresé con vida. Si partimos de la premisa de que no somos más que el manojo de recuerdos que nos conforma, mis pedacitos están tirados por ahí: San Juan, Guánica, Manhattan, Madrid, Isla Verde, Santo Domingo, Porriño, etc. Mi memoria es un collage de sitios, gentes, acentos y olores.
No pienso embarcarme en el inútil intento de describir lo que soy y lo que siento en un espacio blogosférico; baste con decir que he vuelto y soy otro, el mismo. Vengo de casa y llego a casa. Las noches frías y los aeropuertos fueron una mezcla de Umberto Eco, aire frío, recuerdos mojados, Juan Gelmán, anuncios viejos, calles nuevas, Quique González, mi familia, lágrimas, vacios, luces, olores conocidos, Enrique Bunbury, Tui, sabores nuevos, montañas, extrañeza, Porriño, Porrugal, en fin, la vida.
¿Y el próximo? No sé. Lo único que sé es que ya tengo ganas de irme otra vez.