domingo, 16 de mayo de 2010

"Porque todos los finales son el mismo repetido..."

Esas palabras del Maestro Sabina son tan ciertas como todas las que salen de su boca. Este semestre no fue la excepción: llegó a su fin como todos los que le precedieron. No obstante, al igual que las copias de las copias distan del original (elemental, mi querido Baudrillard), el semestre no murió sin dejar tras de sí alguna peculiaridad en pos de obligarme a recordarlo.
Con tres proyectos a cuestas tan diversos como entretenidos, las últimas semanas me vieron sentado delante de mi pantalla muchas más horas de las que le recomendaría a nadie. El resultado fue un estado anímino precario, una espalda incómoda con su situación y algunas divagaciones mentales de alto calibre. Las pocas veces que pisé la calle me topé con mi fenómeno favorito de fin de semestre: las lágrimas. Jamás dejará de sorprenderme el hecho de que hay imbéciles hay fuera a los que la academia los puede hacer llorar. Vi hombres y mujeres caminando por el campues con la nariz apuntando al suelo y las lágrimas rodando por sus mejillas... y no pude contener la risa.
Aparte de eso compartí con el fantasma de Ginsberg justo antes de que saliera el sol, bailé en calzoncillos alrededor de la mesita que está delante del televisor rodeado de la música de Fela, me convertí en un experto en psicoquinesis esporádica recurrente, me hice adicto a los tacos de pollo, hice las paces con Paul Auster y me di el placer de empezar a pensar en el verano.
Hoy me levanté con la noticia del temblor en Puerto Rico y aún riéndome a carcajadas de la conversión súbita de Marjorie y recordé que aún puedo reír. Luego hice una diminuta introspección y me di cuenta de la nueva herramienta que me mantuvo a flote: mi puente nocturno imaginario. Verán ustedes, el genial Sonny Rollins, sin duda una de las figuras más grandes del saxofón, soplaba tan fuerte que no podía practicar dentro de su edificio y, para poder tocar, se iba por las noches a caminar de un lado a otro por el puente de Brooklyn y llenaba el aire con el majestuoso sonido de su saxo. Con eso en mente, construí un puente en mi cabeza y por el caminaba todas las madrugadas para no despertar a mis vecinos con mis gritos de guerra y mis vilencias súbitas. Nadie resultó herido. El semestre se acabó y yo sigo aquí: he ahí la definición de victoria y el preámbulo de la libertad.

1 comentario:

David dijo...

Fela Kuti? Ese tipo era la ostia. Y haber visto a Sonny Rollins tocando en vivo en el puente tenia que ser algo tremendo. Suerte en lo que te queda de la uni.